La dieta eficaz varía según cada persona
La Obesidad y la diabetes tipo 2, son dos
enfermedades metabólicas crónicas que, según la Organización Mundial de la
Salud, juntas afectan casi a la mitad de la población mundial. La dieta es uno de los factores de riesgo clave, de
ahí que para combatirlas e intentar prevenirlas se suelan recetar pautas de
alimentación consideradas saludables. Sin embargo, su eficacia varía
enormemente, y lo que a algunas personas les sirve para adelgazar, a otras les
puede causar el efecto contrario.
Ahora, en un estudio realizado con casi
1000 personas, un grupo de investigadores israelíes ha descubierto por qué: la
forma en que cada persona metabolisa los alimentos es única. De ahí que una
misma dieta no sirva para todo el mundo; que los mismos alimentos no sean saludables en general para toda la población; y que sea
necesario diseñar pautas de nutrición personalizadas.
“Hemos comprobado que cada ser humano
tiene una respuesta a la comida distinta. Eso implica un cambio fundamental en
la forma en que consideramos la nutrición. A partir de ahora deberíamos medir
la respuesta de cada individuo en lugar de seguir pautas generales o medir las
calorías de un alimento”, afirmó Eran Elinav, investigador del Instituto de
Ciencia Weizmann, en Israel, durante la presentación de las conclusiones de
este estudio, que recoge la
revista Cell .
Este equipo de científicos realizó un estudio con 800 voluntarios
israelíes, algunos de los cuales eran obesos e incluso prediabéticos.
“Decidimos centrarnos en monitorizar sus niveles de glucosa en sangre tras las
comidas puesto que sabemos que cuando son elevados se asocian con problemas de
salud, como los síndromes metabólicos”, apuntó en rueda de prensa el también
investigador del Instituto Weizmann Eran Segal.
Durante una semana midieron los niveles de glucosa en sangre cada cinco
minutos de los voluntarios que, mediante una aplicación de móvil, además, iban
dejando constancia de sus hábitos de vida, desde a qué hora se iban a dormir,
qué comían y en qué cantidad, o si practicaban deporte, qué tipo de ejercicio,
con qué intensidad, entre otros. Podían seguir una dieta libre, con excepción
del desayuno, para el que sí les dieron unas indicaciones, como tomar pan o pan
con mantequilla.
Tras analizar los resultados observaron que los individuos tenían
respuestas muy diversas ante un mismo alimento. Por ejemplo, el nivel de azúcar
en sangre de algunas personas se disparaba mucho más tras comer sushi que
después de zamparse un helado.
En una segunda fase del estudio, los científicos utilizaron todos los
datos e información recogidos para desarrollar un algoritmo matemático, una
herramienta para poder predecir con éxito de qué manera afecta cada alimento a
un individuo concreto. Y comprobaron su eficacia con un nuevo grupo de 100
voluntarios.
Niveles de glucosa en sangre
Al comer los carbohidratos de los alimentos que tomamos se descomponen
en azúcares simples que, una vez en el intestino, pasan a la sangre, lo que
hace que los niveles de glucosa aumenten. El páncreas produce entonces
insulina, que actúa como una llave que abre las puertas de las células para que
puedan aprovechar esa glucosa y usarla para producir energía. Demasiada glucosa
colapsa la capacidad del organismo de aprovecharla.
Nuestra huella bacteriana
Que se dieran esas enormes diferencias entre individuos a la hora de
metabolizar un mismo alimento intrigaba al equipo del Instituto de Ciencia
Weizmann. Conocían algunos estudios realizados en los últimos cinco años que
sugerían que los 100 billones de bacterias que tenemos en el intestino, la
microbiota intestinal, están estrechamente vinculadas a la alimentación; y que
ejercen un papel clave en la obesidad, la diabetes e incluso en la intolerancia
a la glucosa.
Así que decidieron tomar muestras de heces de los voluntarios para
analizar tanto la composición de esta colección de bacterias como su función. Y
tal como esperaban, observaron que había algunos microorganismos que estaban
directamente relacionados con el aumento de los niveles de azúcar post comida.
Por último, reclutaron a otros 26 voluntarios adicionales para los que
diseñaron una dieta personalizada usando el algoritmo que habían diseñado y con
la que lograron reducir los niveles de azúcar en sangre. Además, comprobaron
que eran capaces de alterar la microbiota intestinal y que esas alteraciones
eran coherentes entre distintos participantes. Así, vieron que aumentaba el
número de bacterias asociadas a una mejora de la tolerancia a la glucosa,
mientras que disminuían las que suelen prevalecer en personas con diabetes.
“Creemos que la microbiota intestinal, cuya combinación y funciones es
única para cada persona, puede ser uno de los componentes principales
responsables de esa enorme variabilidad de la respuesta ante la comida”,
comentaba Elinav, al frente del Departamento de Inmunología del Weizmann. “En
el futuro, podremos mejorar la salud de la gente en general e intentar evitar
la propensión a padecer enfermedades metabólicas como la obesidad o la
diabetes, interviniendo sobre la microbiota, por ejemplo mediante el uso de
probióticos”, añadía.
Índice glicémico
Hace décadas se desarrolló un método estándar, llamado índice glicémico,
que clasificaba los alimentos en base a cómo afectaban a los niveles de azúcar
en sangre. Los usaban los médicos y nutricionistas para diseñar las dietas de
sus pacientes. No obstante, este sistema se basaba en estudios realizados con
grupos muy reducidos de voluntarios y en cómo reaccionaban a varios alimentos.
En este nuevo estudio, los investigadores del Instituto de Ciencia Weizmann, en
Israel, demuestran que no es un valor válido genérico, sino que depende del
individuo.
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